La primera de comida

Ayer comí en un lugar excepcional, de esos que te sorprenden, cuando uno piensa que todo lo ha visto, un día, una mujer, 8 platillos, frases que van y vienen, platos, mesas, vasos y cubiertos desordenados aumentan el asombro.

No pude dejar de pensar en las casi dos horas que estuve en ese lugar, en la crítica que hace Ego y en el final de la película de Ratatouille y no porque en particular sea un ratón el cocinero, sino porque el concepto profundo de revalorizar la comida en un arte, por muy abstracto que parezca es verdaderamente placentero. Degustar de combinaciones, de texturas, sabores, olores y hacerlo en una sintonía artística acompañado de «No woman no cry» en versión jazz, fue magnífico. Pocas veces, lugares de comida me sorprenden como este, en esta alternativa manera de ver la comida me he sorprendido gratamente. La clandestina. Un lugar que en su nombre lleva la magia de frases pintadas por doquier, velas que acompañan, luces tenues y una cocina que en su chef a la vista encuentra el amor al arte.

Una crepa servida en una pieza de mosaico, una ensalada de arándanos, una pasta en una copa, una empanada de serrano, un envuelto de salmón, una cerveza y una copa de vino. Nada caro y nada barato, vale la pena disfrutar de ese deleite culinario, musical y del juego con los sentidos: la vista, el olfato y sobre todo jugar con la originalidad de cenar en un lugar donde el destino es desconocido. Guadalajara guarda esos secretos en sus bebidas, sus costumbres y su gastronomía, secretos que a mí, un amante de comer, llevan un poco de placer a un domingo cualquiera.

Lugar: La clandestina

 

 

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