Romance de una voz y un estadio

Voz estadio

Cuando estudié en la Escuela de Escritores escribí esto:

El Chango creció en las entrañas de una ciudad que se transformaba con los avances tecnológicos, ahí en la calle que lleva de nombre a un insurgente empedernido, ahí desde chico se ensució las manos de grasa, y se llenó los dedos de callos construyendo carrocerías, pintando metales y soldando fierros. Ahí Rafael Almaraz Hernández supo que su destino era otro.

Corría el año de 1959, el hijo de un hombre chapado a la antigua en una ciudad que buscaba hombres con sangre nueva. Escuchaba y seguía lo que su corazón le decía, su afición a un radio amarillo, a unas voces desconocidas y a un medio de comunicación tan novedoso lo impulsó unas cuadras adelante del taller, en el canal 58 donde la modalidad de operador de radio abría sus plazas. Con una dedicación y entrega peculiar, impulsado por la obsesión de trabajar en la radio se desvelaba acompañando a todos los locutores, desfilaban los de radio novelas, los de deportes y las noticias y el Changuito no se movía de su lugar hasta la una de la mañana, sacrificio que lo haría de 20 participantes por el trabajo, el único elegido.

Su pasión se trasladaba de los botones a los micrófonos: “El nuevo Paris tiene para ustedes mejores ofertas en nueva mercancía” leyendo los periódicos y deleitando con su voz, se descubrió a si mismo lo que nunca en su cabeza se hubiera imaginado, ser locutor de radio. El año marcado era 1967 cuando Rafael decidió ir a la Ciudad de México para aplicar el examen para ser locutor de radio, un examen que exigía las habilidades de pronunciación, cultura general y además saber leer varios idiomas, una voz grave y afinada superaría ese examen.

A la par de ser técnico y ensayar comerciales en la radio, el fisicoculturismo era otra de sus pasiones, una pasión muy oculta y muy de él, campeón en la Mutualista, célula del centro de Guadalajara, le dio su afición por el deporte, por sentirse bien y hacer mucho actividad física que a sus 70 años lo tienen en perfecto estado, con un solo vicio, acompañante junto al micrófono, el cigarro. Esa pasión por el deporte lo acercaría a lo que la historia le tenía marcado: la cabina del Estadio Jalisco.

La amistad que establecía con Jesús Sánchez el hasta entonces locutor del Estadio Jalisco, lo llevaba con tal de no pagar la entrada para entrar al estadio a ver el partido desde lo más alto, esa cabina espectacular. Jesús le lanzó el reto de su vida, al medio tiempo del partido le dijo que leyera los comerciales, y así frente unas gradas pintadas de color azul y amarillo y miles de aficionados, Don Jesús Almaraz no olvida sus primeras palabras: “Acumuladores Monterrey, potencia de sobra informa: marcador en la Bombonera de Toluca…” entre el sudor frío, los nervios y el asombro de escuchar el eco de su voz, su historia había cambiado. Su amigo le ofrecería 40 pesos por día y el Chango Almaraz, reconociendo que hablarle al oído a un micrófono era su pasión, iniciaría en ese año de 1967 una aventura sin fin, y un romance con un estadio tan colorido.

Rojinegro de corazón, nunca tuvo el reconocimiento de Don Margarito su padre, que menospreciaba el trabajo de locutor del estadio, por lo menos en vida, una ocasión una comida con amigos de la familia, después de la muerte de su padre, le trajo una sonrisa al rostro, dibujada entre las múltiples pecas, un bigote canoso y pequeño y unos anteojos espontáneos. “Tu padre decía: cuando vayas al estadio, el que habla es mi hijo”. Así los juicios que lo tachaban de loco, al Chango se le borraron de la cabeza.

El romance crecía cuando Jesús Almaraz vio pasar las Olimpiadas del 68, el mundial del 70, del 86, un mundial femenil, una copa confederaciones, copas de oro, Libertadores y miles de partidos y jugadores que han desfilado por la alfombra verde. Alfombra que el Chango ha pisado y acariciado, la ha conocido de fondo para ser como nadie, el único vocero de un juego que a muchos los vuelve locos, el fútbol. Creador de uno de los apodos más reconocidos del futbol nacional, reconoce el origen del apodo desde su posición privilegiada en las alturas del estadio, la maestría que se necesita para meter un gol. “Con el número diez, El Maestro Benjamín Galindo”.

Dichoso de anunciar los goles de Pelé, Maradona, Platini y de las grandes figuras del futbol mexicano. Rafael Almaráz Hernández es el hombre perfecto para ese trabajo y es el romance envidiable de todo locutor, un romance que lo llevó a rechazar una oferta en el Distrito Federal, un romance silencioso, un romance de cientos de escalones que lo acompañan entre su lento andar, sus piernas cansadas, su simple pantalón de mezclilla y su playera tipo polo. Abre la cabina y a manera de saludo se acerca al micrófono, acompañado de unos binoculares que lo ponen a centímetros de su pasión, de un cenicero y unos cigarros que le agravan la voz, ahí, en el anonimato, donde él prefiere estar, escribe su historia, enchina la piel de los aficionados y alardea el talento de los jugadores.

Con su peculiar pronunciación inicia un ritual que cada semana le apasiona y está dispuesto a no dejarlo, como unos votos matrimoniales: hasta que la muerte los separe.

***Leerse con una pronunciación larga de la letra o en la palabra alineación****

“Karnes Garibaldi informa: Alineación de los Rojinegros del Atlas”

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