En el 476 aniversario de Guadalajara, un diario local citó 476 razones por las que Guadalajara es una gran ciudad, entre ellas mencionó a las Chivas, al Atlas, a Sixto, a Gael García, a Chicharito, al Canelo, entre muchas otras razones.
Yo, alguna vez escribí sobre el estado del pensamiento político de Guadalajara y del enorme capital social y cívico de la perla tapatía. Guadalajara tiene muchas caras, llenas de cicatrices.
Guadalajara está llena de cicatrices, que la historia, el tiempo y las herencias culturales nos han dejado; las cicatrices físicas alguna vez dividieron a Guadalajara de la Calzada para allá y de la Calzada para acá, lo que era sinónimo de la Guadalajara de los ricos y la de los pobres. Pero hoy tenemos más cicatrices, esas cicatrices físicas de Avenida Américas que subdivieron las clases sociales, o Lázaro Cárdenas, o Federalismo o Morelos que marca la diferencia entre la zona hípster y un barrio antiguo o la cicatriz de Avenida Patria, donde los ricos más ricos se refugiaron, o la cicatriz del periférico, esas cicatrices nos hablan de muchas Guadalajaras.
Luego hay otras cicatrices invisibles, testigos del crecimiento sin control y de la mala planeación, donde Guadalajara, Zapopan, Tlajomulco y Tlaquepaque se difuminan entre sí, dejando a Tonalá todavía más lejos. Las cicatrices que rascan el cielo son ejemplo de un desarrollo habitacional desordenado y un centro abandonado. Nuestra Guadalajara careció de planeación y le sobran cicatrices.
La cicatriz de la historia nos marca profundamente por una explosión en un abril, que reavivó el activismo cívico que despertó el temblor del 85, quizá por eso nos hicimos fuertes y se nos cultivó la semilla que hoy da fruto con una sociedad plenamente activa, políticamente innovadora; para muestra dos botones: el alfarismo y Wikipolítica que han impactado y dinamizado el modelo de comunicación política, los discursos públicos y la política en Guadalajara y en Jalisco.
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También, esa cicatriz de la historia nos marca una avenida que pasa por un Centro Universitario, la Marcelino García Barragán, esa avenida que nos recuerda el país que fuimos, el que le rindió homenaje a personajes impresentables que se recuestan en la rotando de los hombres ilustres, esa donde hay verdaderos grandes ilustres como Orozco o Arreola.
Guadalajara no es la provincia, se encuentra dentro de las 20 ciudades con más habitantes en el mundo y no solo se enmarca en los lugares comunes de que Jalisco es México (aunque sí lo sea), sobre el tequila, el mariachi, los sombreros o la comida.
Guadalajara crece en eventos culturales como el Festival de la Luz, Sucede, el Rock por la Vida, el 212 u otros eventos que no se encierran en instalaciones sino que se apropian de las calles, donde Guadalajara vuelve a ser de los que habitan la ciudad; no solo de los tapatíos, sino aquellas personas de otros países y de otras ciudades que han encontrado en el clima de Guadalajara una salida sencilla al frío intermitente de la Ciudad de México, por eso nos convertimos en caseros de norteños, de sonorenses, culichis, regios o mochitecos, como mi papá o zacatecanos, argentinos, chilenos y asiáticos. Nuestra ciudad son esas cicatrices multicolor que tratamos de reconstruir.
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— GDLUZ Festival (@GDLuzFestival) February 15, 2018
Yo no pienso en la Guadalajara del Chicharito o del Canelo, pienso en la Guadalajara de Orozco, de Isaac Hernández o en la Guadalajara de Guillermo del Toro, quien debería ser nuestro hijo ilustre más ilustre; simplemente, porque como él dice: “porque soy mexicano”. Nuestra Guadalajara llena de cicatrices sí parece un monstruo sacado de una película de Del Toro, crece a pasos agigantados y presenta récords de contaminación cada mes, gracias a la falta de una estrategia de movilidad eficaz, pero también convive con la belleza inerte que producen las pasiones evocadas por el arte, por el futbol, por las personas o por la comida.
Guadalajara no es sus cantinas, sus bares o sus lugares para vivirla, Guadalajara es una idea latente de innovación, de superación, de finura, Guadalajara es la vida tranquila y sin prisa, alrededor de centros empresariales que crecen o inversión extranjera que abunda. Guadalajara sobrevive a cada una de esas heridas, se construye en cicatrices, las cicatrices que dejaron los Leones Negros al descender o el Oro al desaparecer, esas cicatrices se quedan para identificarnos, para recordarnos la importancia de la ciudad, la grandeza de su legado y el impacto de sus ideas políticas, artísticas, científicas y culturales que no surgen del centro del país sino que se cicatrizan para permanecer eternamente en nuestra ciudad.