En memoria de Don Nacho Lapuente.
Hace unos días murió Nacho Lapuente, un empresario tapatío respetable que sus últimos años profesionales los pasó al lado de Enrique Alfaro como contralor de Guadalajara, lo conocí por mi trabajo en CIMTRA, estuve en su casa un par de veces y aún estoy digiriendo todas las palabras que me dijo, recordando algunas otras, le aprendí mucho con tan poco. Cuando murió, recordé una serie de tuis que escribió Rafa Valenzuela de una plática que tuvo con él; uno de ellos decía: «El dinero es escatológico». Desde que murió no puedo sacarme ese tuit: está lleno de razón.
La escatología puede entenderse con dos definiciones, una que se refiere a las cosas de ultratumba y otra que se refiere a la coprología, a los temas soeces (mierda). Don Nacho se refería al segundo, seguro que así era, y si no, yo así lo interpreto. Tiene razón: el dinero es escatológico.
El dinero nos lleva a hacer cosas que no habíamos pensado hacer. Por ejemplo, cambiar de trabajo no estaba en nuestros planes hasta que una suma de dinero se puso en frente, dejar un trabajo no está en el libreto hasta que el dinero acumulado de una liquidación se puso en el camino, decisiones que pueden ocasionar abandono de proyectos, de continuidad, de consolidación profesional, de proyectos políticos, personales, sociales, espirituales o incluso, en el peor de los casos; de sueños.
El dinero nos lleva a hacer cosas de los que no éramos capaces de hacer pero hacemos. De otra cosa no me explico las peleas entre hermanos y hermanas, entre padres e hijos por alguna herencia. El dinero es tan escatológico que llega a meterse en esa definición de amor puro como el de una madre, para causar división. Aunque bien lo dijo uno de mis filósofos preferidos, Edgar Morin, cuando afirma que en todos los seres humanos conviven Eros y Thanatos, el amor y la destrucción, aunque en el conflicto de Eros contra Thanatos, nos pide siempre tomemos partido por Eros. El dinero sin duda, es inseparable de Thanatos.
El dinero nos lleva a transformar nuestro estilo de vida cuando no necesitamos hacerlo. No percibimos que nuestro estilo de vida se transformó, que nuestras comidas favoritas ya no son sencillas, que nuestra casa ya no es suficiente, que nuestra vida social es radicalmente diferente y ante la ausencia de dinero, ese estilo de vida se aferra a nosotros y nos llega la corrupción (una de las versiones más escatológicas del dinero), y hacemos lo que sea necesario para no perder ese estilo de vida, ese dinero.
El dinero nos separa de aquello de lo que nunca nos debimos separar. Hay amistades que deben durar para siempre, pero que el dinero se pone en medio y hay división, deudas sin pagar, cambios de estilo de vida, ofensas porque no se puede convivir en los mismos lugares y la distancia se comienza a hacer grande y casi irreversible. Además de que nos puede separar de aquello que nos gustaba tanto pero por culpa del dinero no consumimos, porque nos parece indigno de nuestro nuevo estilo de vida.
Claro que el dinero es necesario para comer, para vestir, para la educación en un país como el nuestro, para transportarnos y para múltiples servicios que nos hacen la vida más cómoda. Teniendo esas virtudes, ¡cómo puede ser escatológico! Eso es la vida real en su versión más pura.
En el discurso fúnebre de Pericles, Tucídides escribe que «en la etapa más improductiva de la vida no es la riqueza lo que más agrada, como dicen algunos, sino el honor». No es el dinero lo que más nos causa satisfacción, sino el honor conservado a pesar del dinero. Ojalá que no lleguemos nunca al momento en que nuestro honor y la dignidad tengan que pisotearse por el dinero, o que nuestra esencia se transforme por ello o que nuestro Eros se venda, aunque si así sucediera, tampoco estaríamos ante una tragedia, sino ante la múltiple repetición de algo que sucede con regularidad.