Detrás del espejo

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Despierto, me pongo mis lentes, reviso la memoria y reviso si sigues ahí, y sí, ahí estás, todo en orden.

-¡Buenos días!

-Buenos días, hija

-¿Cómo dormiste?

-Bien, soñé contigo.

-¿Qué soñaste?

-No me acuerdo, estábamos por entrar a la plaza de toros.

-¿Y?

-Y me desperté.

Te quedaste pensando en otra cosa y cambiaste el tema, siempre lo haces así, no me molesta, así eres. Te metiste a bañar, te pusiste también los lentes y bajaste a la cocina, esa cocina que nunca imaginaste tener.

-¿Quieres que te prepare algo?

-Lo que quieras.

No tuviste miedo en salir a las calles de una ciudad que conoces poco para ir por chorizo, frijoles, manteca y masa. Me preparaste uno de mis desayunos favoritos: frijoles con chorizo.

Desayunamos y te pedí que me acompañaras a hacer unos mandados por la ciudad. No quisiste, te cansa la vida de ciudad y decidiste quedarte a tortear.

Regresamos y había tamales, otra de mis comidas favoritas; comimos y comimos, me pediste guardar una ración a Javier; siempre lo tratas bien.

Vamos a mi pueblo, me pides con ansias, reniego, siempre reniego, no porque no quiera ir sino por la atmósfera gris de aquella guerra sin sentido, una guerra por la mejor vista al mar entre Veracruz y Tamaulipas. En todas las batallas siempre decidiste por mi, aunque la sangre fuera del mismo color, siempre elegiste por mi. Siempre entendí el motivo de las guerras, no era lo que los ejércitos esperaban, sin embargo lo que no podía explicar era tu amor incondicional para elegir mi bando en todas ellas.

Regresamos a la ciudad y todo en orden, como todas las mañanas estás ahí.

-¿Y tus hijos?, me preguntas.

-Bien, gracias.

-¿Cómo dices que se llaman los  hermanos de Fernandito?

-César, Lucio Ernesto y Elena

-¿Cuál es el que conocí en tu panza?

-César.

-Ah, muy bien.

-Hoy tengo la graduación de Elena, por cierto, ¿quieres venir? (te cambié el tema, como tu y yo lo hacemos, seremos familia, pensé.)

-Sabes que a mi no me gustan esos eventos.

Salí de bañarme, limpié mi cara con toallitas, estiré la piel para limpiar todas las imperfecciones, observé mis manchas cafés, mi lunar, como el tuyo, mi nariz como la tuya, mis lentes como los tuyos y me los quité, tomé el polvo y lo puse en las mejillas, el rimel, el labial, las sombras, las pestañas y era otra, me veía muy bien, me gustaba como me veía, pero no estabas ahí para verme, te habías ido.

Fue la fiesta, bailé como me gusta, libre y al ritmo de no rompas más. Llegué a la casa, no aguantaba los zapatos, ni el peso del cansancio, me dormí con el maquillaje y no estabas ahí.

Desperté y seguías sin estar, me apresuré a desmaquillarme, pasé las toallitas por los ojos, por las mejillas, una y otra vez, tallé la cara y regresé los lentes adelante de mis ojos y ahí estabas, quizá por tanto maquillaje no te había visto.

-Buenos días, hija. ¿Cómo te fue?

-Muy bien, ma. Ojalá hubieras visto a Elena, se veía hermosa en su vestido rojo.

-Me hubiera gustado verla. Me hubiera gustado ver tantas cosas.

Te quedaste pensando en silencio y yo también pensaba en las cosas que te hubiera gustado ver, como a todos tus nietos, tus bisnietos y bisnietas, o simplemente a tus hijos dejar la guerra en paz.

-¿Te han dicho que te pareces mucho a mi?- cambiaste el tema otra vez.

-Sí, hasta yo misma te veo cuando me veo en el espejo.

-Sí, pero solo cuando no te pones tanta pintura.

-Me gusta pintarme, me veo bonita.

-A mi también me gusta como te ves.

 

 

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